En 1934, el maestro catalán Antoni Benaiges fue destinado a una escuela en Bañuelos de Bureba, un pueblo de Burgos donde llegó con un entusiasmo desbordante y contagioso. Con una mirada moderna a la educación, Benaiges introdujo en sus clases un elemento a priori extraño para los chavales, una imprenta. Con ella realizó, junto a los estudiantes, decenas de librillos sobre los temas de los que hablaban. Cuadernos con lo que lograba la implicación de sus alumnos, pero también con los que dejaba una huella sobre su labor pedagógica.