Para un hombre, la vejez empieza cuando renuncia al placer por temor a que el placer se convierta en vergüenza. No sé si me explico, pero hay hombres que mueren antes de tiempo; muertos en vida que no terminan de acomodar el deseo sexual al tamaño de su próstata.
Son cosas que me vienen a la cabeza tras la lectura de El ritmo infinito, un trabajo firmado por Michael Spitzer donde -entre otras muchas cosas- se cuenta que la vejez en los hombres no resulta tan mala aunque el muelle afloje, pues puede producir resultados análogos a los de un queso en suculenta descomposición.