El metro de Bilbao en Madrid de repente se hace un laberinto. Creyendo que las escaleras serán tantas que me desgastarán físicamente, busco el hueco en el que se esconde el ascensor. Voy y vuelvo por varios pasillos que parecen iguales. Lo encuentro, pulso el botón, me da un calambre. Aparezco en otro andén. Me pierdo, sigo buscando, acabo subiendo las escaleras, no eran tantas. Camino hacia el local de La Imprenta pensando si no encontrar la salida forma parte del lenguaje. Es la primera vez en mi vida que me van a echar el tarot.
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