Si ha habido un director en el cine español que ha sabido captar las partes más sombrías del ser humano ese ha sido Agustí Villaronga. Su cine sacudía, revolvía. Era incómodo, arriesgado y libre. Un cine que no se enmarcaba en ninguna moda ni en ningún movimiento. Daba igual lo que hiciera, porque su bisturí siempre acababa mostrando lo que nadie quería mostrar, lo más bajo de cada uno. Desde su inclasificable debut en el largo de ficción, Tras el cristal, se mantuvo fiel a ese tono oscuro.