Serra Pelada era un desconocido municipio en el Estado de Pará, al norte de Brasil y en el corazón de la selva amazónica. Todo cambió en 1979 con un minúsculo descubrimiento que acabaría teniendo monumentales consecuencias: el de una pepita de oro hallada en un arroyo local. En pocas semanas aquel remoto lugar pasó a ser el centro del mundo. Hasta allí se desplazaron 50.000 hombres que acabaron metidos en un socavón de gran profundidad y de 200 metros de diámetro, características que lo convirtieron en la mina de oro a cielo abierto más grande del planeta.
"¿Qué tiene ese metal amarillo y opaco que lleva a los hombres a abandonar sus hogares, vender sus pertenencias y cruzar un continente para arriesgar su vida, sus extremidades y su juicio por un sueño?", se preguntaba el fotógrafo Sebastião Salgado, que documentó las condiciones infrahumanas de los mineros y el clima hostil provocado por la impotencia de un sueño que nunca llegaba: el de la riqueza.