Las editoriales musicales están ahí aunque no las veas. Respiran agazapadas detrás de cada canción y a veces son tan evidentes que pasan desapercibidas. Como en la letra E del acrónimo SGAE, que no alude a que los autores sean españoles, sino a que dentro de la misma entidad de gestión de derechos hay socios y socias autorales, y otros que no lo son, que ni siquiera son personas, sino empresas con las que los artistas firman contratos para que defiendan sus intereses.
La moneda con la que los artistas pagan a estas empresas es quizá lo único que tienen: la promesa de que su canción podría generar dinero.