Michka Seld ya no puede valerse por sí misma. Se acaba de instalar en una residencia de ancianos e intenta acomodarse a su nueva vida, no sin dificultades. Le cuesta encontrar las palabras adecuadas para aquello que quiere decir. Unas veces se le escapan, otras las confunde con palabras que suenan parecido.
Sufre una afasia que se la come por dentro. Ella, que trabajó con el lenguaje toda su vida, que fue correctora literaria en una importante revista francesa, ahora encuentra en él el signo más evidente de su vejez, de su degradación.