El movimiento feminista –desde su organización social e institucional hasta sus principios teóricos– ha vivido siempre en un estado de constante evolución y autotransformación. La dimensión eminentemente práctica de sus ideas, el hecho que nazcan de la necesidad de intervenir sobre la realidad, provoca que estas no puedan desligarse de la tensión y el conflicto, de la revisión y la contradicción, dentro y fuera del propio movimiento.
Una prueba irresistible de esto es que cada 8 de marzo llega inmerso en una mezcla de debates nuevos y antiguos, marcos teóricos inéditos y desconocidos desde los que abordar los retos del presente.