Bob Dylan no existe. Es apenas un espectro, el fantasma que recorre la música popular occidental del último medio siglo. Ni siquiera el premio Nobel de Literatura que, en 2016, reconoció la fuerza poética de sus aportaciones a la canción estadounidense, acabó de delinear su perfil. Dylan se escapa. Lo lleva haciendo toda su vida. Y para ello dispone velos, máscaras, tabiques, contradicciones, excusas, cristales, silencios y más de 600 composiciones entre las que se cuentan himnos generacionales, radiografías sociopolíticas, indagaciones en la noche oscura del alma, juegos entre el absurdo y lo hermético.