Era un guerrero del rock; un gudari de pelos largos que un mal día perdió su voz para siempre, pero no su sonrisa. En ella llevaba escrito que el dolor siempre es más viejo que la propia muerte. Se llamaba Francisco Javier Hernández Larrea, pero era más conocido por su nombre de guerra: Boni.
Su guitarra afilada se abrió paso desde Pamplona al mundo, acuchillando las orejas de los bien comidos y bien pensados; toda una pesadilla para la clase dominante que temblaba cada vez que el Boni se ponía a la carga. El Boni fue de aquellos que se atrevieron a incendiar una época marcada por la reconversión industrial, el pelotazo y el asedio policial.