Hay películas que causan un revuelo exagerado incluso antes de su estreno, pero el resultado bien lo merece. Ese es el caso del Joker, con el FBI desplegado a la entrada de los cines confiscando máscaras de payaso como si fuesen pistolas y con la crítica preocupada por un posible efecto espejo de su violencia en la sociedad. Más allá de polémicas, se lo merece porque su visionado no deja indiferente a nadie, para bien o para todo lo contrario. Pero ese no es el caso de la última de Woody Allen, que llega este viernes a nuestros cines.
Si el año pasado no hubiese sido el más dramático de su trayectoria, Día de lluvia en Nueva York habría caído hacia el lado de las películas menores del de Manhattan sin aspavientos.