Gustavo Duran, el «español de leyenda» que dijo Juan Ramón Jiménez, vivió desde una insólita combinación de pasión, inteligencia, capacidad resolutiva e idealismo bien entendido
«Es la inauguración más cachonda que he visto». El hombre que dijo eso, según su anfitrión de aquel día, Max Aub (Diarios 1967-1972, editados por Manuel Aznar Soler), no era un personaje de ficción; era tan tangible como lo que había suscitado su comentario, los treinta y tantos cuadros y dibujos del pintor cubista Jusep Torres Campalans que se exponían en la Bodley Gallery de Nueva York (noviembre de 1962), pero lo era en el más perfecto de los sentidos opuestos: Campalans, cuya existencia y trayectoria parecían demostradas, había surgido de la imaginación y la genialidad de Aub, uno de los mayores creadores de heterónimos y apócrifos de nuestra literatura (Luis Álvarez Petreña, De imposible Sinaí, etc.