El cine tiende a adoptar como hegemónicas ciertas formas que funcionan y triunfan. Ocurre, por supuesto, en el cine comercial e industrial. Si en España funciona un thriller, las cadenas y plataformas comenzarán a producir thrillers a cascoporro; si lo que triunfa es una comedia costumbrista —véase Ocho apellidos vascos—, se empezarán a rodar comedias sobre tópicos como si fuera el único género sobre la faz de la tierra. Pero el cine de autor, el que se produce fuera de los grandes grupos mediáticos, también vive procesos similares y acaba adoptando ciertos dejes que se repiten.